Este es el primer artículo escribo para miGijón, publicación con la que he comenzado a colaborar. A lo largo de las próximas semanas iré trayendo a mi web todo lo que publique en la sección ‘De farándula y ocle’, que os animo a seguir también en el diario digital.

Corrían los años 90 y apenas había pisado las calles gijonesas más que para acercarme a la vera del mar. Allí respiraba el salitre y dejaba volar los pensamientos, imitando escenas aprendidas en películas que guardaba en mi retina a corto plazo. La urbe me recibió ufana y yo con la congoja de una moza de pueblo que se viene a estudiar a la ciudad de la que tantas veces escuchó hablar en el chigre de sus padres, una veces bien, otras veces algo peor, que si Xixón ye entera de los mineros retiraos de Mieres, que si Xixón ye un sitio donde nunca te sientes forastero, que si en Xixón quiero jubilame porque lo tien todo…
Aún puedo sentir el escalofrío recorrer mi espina dorsal mientras atravesaba (sintiéndome una liliputiense) la majestuosa puerta forjada de acceso a la Universidad Laboral. Años de historia ante mis ojos de adolescente deseosa de vivencias y estímulos. En la primera clase de lengua ya me di cuenta de que ser “la que habla en bable” iba a ser mi carta de presentación para ese curso y los posteriores. Apodada “la guaja que canta” y entre la guasa por el acentín que sólo duró un suspiro pasé por aquel capítulo transformador universitario para empollar a tope, enamorarme por vez primera en el patio de la iglesia de la Laboral y para descubrir el verbo “pirar” entre pincho de tortilla y risas a escondidas.
El bus número 10 me dejaba a la puerta de casa nada más llegar al barrio de Pumarín, obrero y cercano, con pocas tiendas pero mucha vida en las calles. Aquel fue el punto de partida para la guaja que empezó a salir a sus primeros pubs por el barrio de la Arena (El Celeste, El Tarot, Asturking, The Wall, Cervecería alemana…) y rematar la faena en la discoteca Tik en el barrio de La Guía. De las 16.00 a las 22.00 cuando se aproximaba el toque de queda para volver a casa las calles eran nuestras. Nadie de esa generación ha olvidado esos bares (¡qué lugares!) ni esa época sin dibujársele una sonrisa en el rostro. Gijón bullía y nosotros (y yo) con ella. Fue “Entre dos tierras” de Héroes del Silencio y “ Desire” de Gala que se fueron sucediendo los años y pronto me tocó pisar y conocer uno de los escenarios que marcaron mi trayectoria artística, porque de aquella compatibilizaba estudios, mi pasión por cantar, y exprimir Gijón en todas sus manifestaciones a partes iguales.

“Una canción, un silencio previo, el reloj del Ayuntamiento marcando las 18.46 y el aplauso largo y sonoro”
Desde 1976 el concurso de canción asturiana se celebra en la Plaza Mayor de Gijón. Era y sigue siendo un clásico del verano playu donde se apelotonaban seguidores reservando silla 2 horas antes del comienzo de cada sesión. Y yo con mis 17 recién cumplidos quería subirme a esas tablas. El único hándicap era que no había modalidad juvenil por lo que me tocaba medirme con las grandes de la tonada de la época como Mariluz Cristóbal, Chucha de Nembra, Nori Redondo o Concha Muñiz, entre otras.
Nervios, expectación, mucho cariño y muchos ánimos en el debut gijonés. El público en espera, y de fondo el Cantábrico y su oleaje, que parecían acompasar los latidos de mi corazón en la subida por la rampa de acceso. Una canción, un silencio previo, el reloj del Ayuntamiento marcando las 18.46 y el aplauso largo y sonoro. Ese año logré el bronce en categoría absoluta. No me entraba más satisfacción en mis botas Destroy. Mientras bajaba del escenario con mi trofeo, mi diploma y mis 15.000 pesetas (que de aquella era un pastizal) pensaba en la constante vital que después confirmaría mis certezas : “Esti ye mi Gijón”.
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